Les produits San Martin

Mujeres baserritarras: pasión por la tierra

En el caserío se trabaja todos los días del año. Ni la huerta ni los animales saben de fiestas de guardar. “El trabajo es esclavo, pero nos gusta traer a nuestros clientes lo mejor de nuestra casa”. Visitamos a tres generaciones de caseras que venden en San Martín.

 

¿Qué tienen en común Milagros, Irune, Arrate y Eneritz? Estas cuatro mujeres únicas son depositarias de nuestra confianza en la elección de las verduras y hortalizas que nos llevamos a la boca. Y es que en medio de tanta confusión entre alimentación y salud, necesitamos más que nunca confiar en nuestras productoras locales, las cuales, además de acercarnos los productos de temporada hasta el Mercado San Martin, cuidan del paisaje rural en Gipuzkoa y contribuyen a su conservación. También comparten un modelo de vivienda alejado de la urbe: el caserío, donde a diferencia de la ciudad, no viven de mirilla hacia adentro; su casa es mucho más que una
construcción de piedra con tejado a dos aguas y ganbara; su casa es el paisaje que habitan, cuidan y custodian sin bajar la guardia o, de lo contrario, “ los montes estarían sucios y los jabalíes llegarían hasta la puerta de casa, arrasando con toda la siembra”, explica Arrate Imaz, del caserío Ameri Goikoa, en Zubieta. Por eso el caserío no entiende de horarios, vacaciones y bajas laborales y requiere atenciones los 365
días del año. “ Ésta es una vida muy esclava y te tiene que apasionar. Si no, no compensa”, convienen las cuatro. Al trabajo a veces invisible y poco gratificante de los baserritarras, “porque al menos la mitad del tiempo de trabajo que se dedica a un caserío no genera dinero”, se suma la condición de mujer de nuestras cuatro protagonistas. ¿Un handicap o una ventaja? Llegados a este punto, empiezan a aflorar las diferencias generacionales y también de género, que inevitablemente van de la mano".

 

Aunque se sigue trabajando mucho, en los caseríos de ahora se vive mucho mejor que antes. Yo soy muy feliz.Milagros Sorarrain.

60 años en San Martín

A punto de cumplir 80 años, Milagros Sorarrain continúa yendo de martes a sábado a su puesto del mercado. Hace dos años que enviudó y, desde entonces, “mi hijo pequeño me trae y me recoge. Vive conmigo, en un apartamento que se ha
hecho en la ganbara del caserío. También me ayuda a colocar el puesto y a limpiarlo. Mi marido me traía y punto. No recogía ni el plato de su mesa”, bromea Mila, mientras recuerda a Antonio con mucho cariño. Milagros se casó joven y pasó ocho días de luna de miel en Madrid. Desde entonces no ha vuelto a irse de vacaciones. Pero tampoco las echa en
falta. “Yo en el caserío soy feliz, eso sí, con las comodidades de ahora. No quiero ni pensar en todo lo que he trabajado de joven, cuidando al cuñado enfermo, a mi suegra, a mi suegro, a mis dos hijos... Había días que solo dormía dos horas”. Durante años Mila lavó la ropa a mano en en el lavadero, iba a buscar agua al puente, cuidaba del ganado... Y aunque contaba con la ayuda de caseros que trabajaban en sus huertas y de su suegra, quien se encargaba de los niños y la cocina antes de enfermar, ni color tiene aquel panorama con el actual: lavadora, lavaplatos, televisión y sofá -donde ahora sí, Mila echa pequeñas siestas- y ¡ascensor!“
Mi hijo pequeño es arquitecto y al acabar la carrera reformó el caserío y puso ascensor. Lo único que conservo de antes es la cocina económica. Eso que no me lo quiten”, confiesa Mila con su
perenne sonrisa.  

 

Poca conciliación

Irune Berakoetxea (Alegia, 1976) asegura que en el caserío “todos somos un poco esclavos”. Esta kaletarra ha aprendido el oficio con su marido, Jose Mari Goikoetxea, hijo de Dolores Murua, baserritarra ya jubilada que ha delegado en Irune la
venta en el mercado. “Los ingresos principales del caserío siempre han recaído en Dolores, con la venta de los productos en la plaza. Ella sí ha cotizado toda la vida y actualmente cobra su jubilación”, explica Irune, quien convive en el caserío familiar con su marido, los dos hijos que tienen en común y su suegra. Dejó la frutería donde trabajaba para poder ser más independiente y organizarse mejor pero “este es un trabajo muy sacrificado,  requiere mucho esfuerzo físico y es difícil conciliar vida laboral y personal. No hay hora de comienzo y fin; todos los días son laborables”. A Irune le ha tocado también hacerse cargo de las redes sociales (Facebook e Instagram) a las que sube fotos mientras pela la verdura y atiende a sus clientes. “Tenemos que adaptarnos a los nuevos hábitos de consumo; tengo clientes que me piden productos por Whats App ”, asegura.

En 2015 el Parlamento Vasco aprobó el Estatuto de las Mujeres Agrícolas. Lo hizo en un día señalado, el 15 de octubre, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer Rural.

Salto a la venta online

“Aunque ha habido una clara evolución, la mujer aún carga con más responsabilidades que el hombre en el caserío”, dice Arrate Imaz, la más joven de nuestras cuatro protagonistas. Ella es la cuarta generación en una profesión que comenzó su bisabuela en Zubieta. “Por lo que me ha contado mi madre, mi bisabuela acudía al mercado a vender la verdura a cambio de aceite, chocolate y algo de dinero. Pero era más un trueque que un trabajo remunerado. Mi abuela también iba todos los días al mercado pero no cotizaba. Su trabajo era considerado más una ayuda familiar. Mi madre fue la primera mujer de la familia en ser titular del caserío donde vivimos y de las tierras que cultiva con la ayuda de mi hermano Unai y mi padre, Tomás”.
Arrate actualmente estudia Psicología y su hermana Eneritz Magisterio. Sin embargo, su idea es relevar a su padre, Tomás,en el Mercado San Martín. “ Quiero quedarme en el puesto, con la venta de verduras y mi hermana Arrate es la encargada de la venta online en www.loratu.com, la tienda que lanzamos en septiembre de 2016 con la venta de productos de temporada que cultivamos en nuestra huerta”.
 

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